MILES DE ESTUDIANTES RECORDARON A LOS ALUMNOS DESAPARECIDOS Y EXIGIERON QUE EL GOBIERNO PORTEÑO ARREGLE LOS EDIFICIOS ESCOLARES
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“No, no, no. No la tenés que llevar así, la tenés que estirar en el piso y la tiran de cada lado y entonces la levantan.” El chico, de remera amarilla y cabello ensortijado, le facilitaba ayudándose con ademanes toda su precoz experiencia a una niña, flaquita, de vincha, a la que tal vez le faltaban uno o dos colores de la escala posible, y que junto con un grupito intentaban levantar la bandera de un centro de estudiantes. A un costado, otro grupito de chicas, que debían tener los colores que le faltaban a la vincha de la flaquita de la bandera, resolvía cómo cortar la calle San José en su cruce con Hipólito Yrigoyen, tarea para nada sencilla si se tiene en cuenta que del otro lado había colectivos, taxis, autos y motos empujando para pasar antes de que la marcha los madrugara. Y considerando que no había medio policía a la vista, un logro si se tiene en cuenta la ardorosa esencia juvenil, innata, y, para el caso, justificada. En fin, reclamaban por sus derechos, pese a Macri estaban haciendo política. Por eso, los miles de jóvenes que marcharon por la Avenida de Mayo, se detuvieron antes de llegar a la Plaza de Mayo, frente a la Jefatura de Gobierno porteña para dedicarle sus cánticos, sus burlas, sus reclamos, la quema de un muñeco, huevazos y pintadas. Y eran miles. Todos quisieron dedicarle algo.
La marcha tuvo un alto contenido político, un punto de ebullición lógico si se tiene en cuenta que su origen basal fue la desaparición como política de Estado, y el reclamo actual es por los derechos estudiantiles, reclamos eminentemente políticos.
Pero tuvo esa particular ebullición adolescente, emocional, ética y de juventud arrasadora, impunemente arrasadora. “No, yo me vine antes porque si no no les aguanto el ritmo”, le decía una madre, que cargaba su militancia a cuestas, por el celular a alguien para fijar un punto de encuentro. Era difícil esto de fijar puntos de encuentro porque había mucha gente. Dos cuadras al menos eran de columnas estudiantiles muy nutridas y apretadas, ocupando de lado a lado el asfalto de la Avenida de Mayo. Y seguían varias cuadras de columnas raleadas, bombo, murga, bombo. Este cronista no logró determinar una cifra y sólo puede aportar al lector un dato demasiado ambiguo. A la pregunta lógica al regreso apenas respondió “eran muchos, eran miles”. Algunos contaron unas 10 mil a 12 mil personas. Los organizadores anunciaron por los parlantes 30 mil, no se sabe si como metáfora de la reaparición en jóvenes hoy, de los 30 mil desaparecidos, o porque la cifra era considerada real. Lo cierto, como dijo este cronista, eran muchos y eran miles.
Las banderas podrían dividirse en dos partes, las de centros de estudiantes y las de organizaciones políticas, que acompañaron, se sumaron, cada una con su reclamo. En un momento, cuando la marcha apenas empezaba y las nutridas columnas se detuvieron con la cabeza al terminar la Plaza del Congreso, y se armó sola una imagen bellísima y metafórica. Delante, a la cabeza, se abría una sábana blanca que decía en letras rojas, “A 34 años, los Lápices Seguimos Escribiendo”. Otro cartel reclamaba la aparición de Luciano Arruga a la “maldita policía de Scioli”. Detrás de ellos se veían las grandes pancartas y carteles de los centros de estudiantes. El celeste y blanco del Nacional de Buenos Aires, el amarillo del Avellaneda, El rojo casi punzó enmarcado en amarillo del Acosta. Todo ese colorido rodeaba la figura que aparecía por detrás, la cúpula del Congreso. En el medio, la ebullición, el colorido, los gritos incansables, los bombos y el movimiento. Estaban todos los colegios. El María Falcone, el Pellegrini, Belgrano, el Normal 10, el Normal 5, y siguen, estaban todos. Sobre la marcha, en el recorrido, las líneas blancas peatonales se transformaron, por efecto de la imaginación artístico-juvenil, en lápices.
Qué reclamaban. Básicamente que Macri no redujera la educación pública a un guiñapo de ladrillos sin estufa. “Macri/basura/vos sos la dictadura” es un cántico que se repitió y que debería resultar insoportable. Lo mismo que la pintada sobre el frente de la Casa de Gobierno porteño. Pintada de corrosiva inocencia: “Macri, facho, a vos no te quiere ni tu papá”. Si el odio se puede contar con felicidad, sólo lo pueden los jóvenes, desde el Mayo del ’68. Hablando del ’68, en la marcha, como en las anteriores, pero aparentemente en forma más desembozada, era notoria la presencia de padres. Unos cuantos, bastantes, integrando la marcha. Otros, no queriendo molestar, interrumpir, o involucrándose en la manera en que puede cada uno. Una madre saludaba a su hijo, situado entre los que encabezaban la marcha. Lo saludaba y miraba ansiosa, no temerosa, porque no era ése su gesto, sino ansiosa. Parecía como si ella quisiera estar dentro a sabiendas de que ya había estado. Era una escena tierna, descalificadora por el tiempo que había pasado y brutalmente emocionante por la línea que no se podía romper entre la mirada de la madre y el chico que ni la veía, en sus cosas, militando.
Un grupo de padres, éstos más involucrados, llevaban pequeñas pancartas que decían “La lucha de nuestros chicos es nuestra lucha. Madres y padres por la defensa de la Educación Pública”.
Había muchos lápices, enormes lápices, muchos producidos con dedicación. Se destacaban los de los estudiantes del IUNA, artistas en esencia, pero abundaban/iluminaban los lápices en toda la marcha. Uno de ellos fue quemado delante de la puerta de la Casa de Gobierno porteña.
Poco a poco, la columna fue pasando frente a la ex intendencia, cada sector se detenía y le dedicaba sus epítetos, sus redobles (los de la murga Pamakeña, de Parque Centenario, se ganaron su público), y seguía. Un poco antes de las nueve de la noche, la plaza ya estaba colmada y de frente al palco. El acto contó con la adhesión de los docentes de 27 universidades nacionales, agrupados en la Conadu Histórica y la Asociación Gremial Docente, y los estudiantes de la FUBA y la FULP, movimientos piqueteros y algunos partidos. Hubo críticas al gobierno nacional, señal de que criticas ahora se puede, pero especialmente el centro estuvo puesto en la desfinanciación y demolición que está ejecutando el gobierno de Macri sobre la educación pública. “La educación es un derecho”, decían en el escenario y se repetía en las pancartas. El centro de la escena correspondió a los estudiantes secundarios. Sobre el palco, representantes de unos 30 colegios secundarios leyeron un discurso en conjunto.
“A 34 años de La Noche de los Lápices decimos becas, boleto estudiantil, viandas y reformas edilicias, con 30 mil compañeros desaparecidos presentes”, leyeron los representantes de los secundarios.
Anoche, los lápices se multiplicaron por miles.
hcecchi@pagina12.com.arNota Original: http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-153325-2010-09-17.html
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