DOS ANALISIS CON EL FOCO EN LAS FIGURAS DE LOS EX PRESIDENTES NESTOR KIRCHNER Y EDUARDO DUHALDE
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Sobre el populismo
Desde las escalinatas de la Rosada, saliendo de la capilla ardiente, frente a la Plaza del pueblo autoconvocado, Lula nos ofreció una paradoja que dejó mudos a quienes, en el discurso más escuchado estos últimos años, lo presentaban como un mandatario “responsable y respetable” oponiéndolo a los Kirchner, “irresponsables y populistas”. En su homenaje, Lula borró esa diferencia diciéndoles a los argentinos que no sólo Néstor Kirchner había dirigido la recuperación argentina y desempeñado un papel decisivo en Latinoamérica, sino que también había sido un “estadista de estatura mundial”.
Desde hace años se intenta por todos los medios convencernos de que gobernante “malo”, “irresponsable” y gobernante “populista” son nociones inseparables. Afirmando la estatura mundial del estadista Kirchner, el presidente de Brasil dejó implícito que se puede ser bueno y populista. Que Lula tenga una visión del mundo y del populismo divergente de la de los grupos que poseen el poder económico no es sorprendente, como no lo es tampoco el que esos grupos defiendan sus intereses e intenten seducir a las clases medias. Pero Lula puso en evidencia algo que sin ser específicamente argentino caracteriza al dominante martilleo mediático y daña gravemente nuestro tejido social: la falta de rigor, la obsesión por falsear la información y la apuesta burda a la ingenuidad del público insultando así su inteligencia. La Vulgata ignorante que descalifica hoy al populismo no es, para quien ha estudiado su historia, otra cosa que oculto deseo de engañar y cálculo politiquero o, en el mejor de los casos, pereza intelectual y lamentable desconocimiento de esa historia.
El populismo nació en la Rusia de mediados del siglo XIX. Puede parecer extraño relacionar ese nacimiento con los problemas políticos en los cuales se debate hoy Argentina. Cada acontecimiento es único en la historia, pero como dice el historiador alemán Koselleck, es a su vez la expresión de estructuras o condiciones de posibilidad que se repiten. Como toda analogía, la que estoy sugiriendo entre la experiencia rusa y la argentina no es entre elementos aislados sino entre las relaciones que cada elemento mantiene con otros o con la estructura que le sirve de contexto. El elemento fue el populismo. El contexto fue una Rusia marginal con respecto al capitalismo de los centros mundiales. Rusia era, si se me permite una expresión un poco rápida, un modelo de lo que será más tarde el “tercer mundo” ahora llamado “mundo emergente” en el cual se sitúa Argentina. El nexo estaba en el hecho de que en ese contexto el populismo representó el único proyecto de liberación de la opresión político-social y de modernización. El populismo ruso entró en escena con un postulado fuerte: el fracaso de la insurrección parisiense en junio de 1848 no fue una derrota circunstancial del proletariado francés, sino un acontecimiento de significación universal, que exigía una nueva reflexión teórica sobre el devenir histórico. Que la sociedad burguesa pudiese bloquear el acceso del proletariado al poder político significaba para los populistas que el tipo de mecanismo histórico europeo occidental no podía ser el único porque paralizaba el progreso social. Los populistas rompieron entonces radicalmente con toda visión teleológica. Para decirlo con las palabras del fundador del populismo, Alejandro Herzen: “El sendero no está prescripto. Si la humanidad caminase derecho hacia un resultado ya conocido, no habría historia sino lógica. No hay libreto. Si lo hubiese, la historia perdería todo su interés. No hay por delante ni límites ni caminos trazados”. Otros tipos de historia eran posibles. En consecuencia, la tarea del populismo no era importar los proyectos socialistas elaborados en occidente, sino encontrar en Rusia los elementos autóctonos para construir una sociedad justa, producto de la historia rusa. En ese contexto surgió la idea de que la política tenía un rol de motor de la historia.
La función de una analogía temporal es situar un fenómeno en un surco histórico de larga duración e identificar así su significado real. Lo que hay de universal y actual para nosotros en el populismo original es la idea de ligar los proyectos políticos de liberación y de progreso social a una concepción de la historia como proceso global. Pero, en este devenir, la integración activa de nuevos pueblos no supone la repetición en nuevos lugares de situaciones ya vividas por otras civilizaciones. Tampoco implica que los últimos llegados deban subirse al vagón de cola del único tren. Por el contrario, la participación de nuevos pueblos a la historia mundial significa modificar el mecanismo de esta última y las relaciones entre los países. Estos temas son actuales en Argentina y constituyen ciertamente una divisoria de aguas políticas. La búsqueda de caminos propios para construir hoy sociedades justas y países modernos en América latina, los rumbos históricamente innovadores que los países “emergentes” están intentando transitar, el redescubrimiento del papel de la política en Argentina, el crecimiento económico y la reducción de la pobreza obtenidos contra la voluntad del FMI (y contra buena parte del discurso social demócrata europeo)... son algunos de los factores que actualizan la significación histórica del populismo, ejemplificando esa modificación de los mecanismos históricos mundiales inscripta desde los inicios en el populismo. En esta actualidad del populismo que concierne no sólo nuestros países, sino la totalidad del planeta, se encontraron Lula y los Kirchner. Se reconocieron en un movimiento que tiene como los buenos vinos una apelación de origen controlado: su terruño es el populismo.
Comprender las raíces históricas del presente es tan útil como lo es para una persona saber de qué familia proviene. La función de la perspectiva temporalmente larga es aportar profundidad intelectual a las opciones políticas cotidianas. Insisto en pensar en períodos de larga duración histórica, porque ello nos permite tener una visión de las tendencias esenciales, sin ignorar ni tampoco perderse en las salidas de ruta. Estas últimas existen, pero no conocemos ningún movimiento político de envergadura histórica en el que todo haya sido rectilíneo, transparente, sin clientelismo, puro, fraterno, bondadoso... Millones de personas sufren hoy en el mundo y necesitan no sólo reflexión crítica, sino acción para que las cosas cambien. ¿Qué hacer? ¿Moverse a un lado y jugando la comedia de pretender preservar una virginidad que ya perdimos en otros lugares, lavarse las manos con alcohol aguardando el imposible día en el que la política sea angelical? La política nunca es angelical. Es humana, y eso dice todo sobre sus lados oscuros. Pero es ineludible si se quiere actuar sobre la realidad. Si hay una sociedad que ha internalizado la importancia del deseo es la argentina. Nuestro deseo compartido por muchos, está ahí, sin vueltas: que todos coman, que todos tengan una vivienda digna, que todos tengan acceso a la educación. Que los que trabajan gocen también de las ganancias que producen. Que en nuestras universidades se pueda enseñar e investigar en condiciones no sólo dignas, sino acordes con la lógica científica y con las necesidades del país. Pero ese tipo de cambios raramente están inscriptos en la agenda de los que gozan del poder económico. Se llevan generalmente a cabo contra el orden existente. La política no es un camino pavimentado únicamente con buenas intenciones y tiene sus reglas: no hay cambios sin resistencia, no hay combates ganados sin líderes; no hay líderes auténticos sin contacto directo con el pueblo. Eso es lo que decenas de miles de ciudadanos fueron a decir en la Plaza y frente al féretro de Néstor Kirchner. Cuando en medio todavía de la conmoción, el canciller Héctor Timerman nombró a la presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, como su candidata para el 2011, no hizo nada más que recordar que la “tregua” durante el duelo es una gran mentira que desarma únicamente a los que están de duelo. El canciller actuó en sintonía con el pueblo reunido en la Plaza, poniéndole nombre y apellido a la única, entre los líderes que pueden aspirar a ganar las próximas elecciones presidenciales, que representa la posibilidad de realizar un proyecto que, retomando las promesas que le dieron razón de ser al populismo, nos incluya a todos en un país moderno.
* Historiador. Director del Centro de Estudios sobre los Mundos Eslavos y Chinos Unsam.
Nota Original: http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-159653-2010-12-31.html
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