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Moveré algunos libros de lugar, dejaré la cama donde está, sólo haré que gire la ventana, y con ella el cuarto, y con él la casa. Y con la casa el mundo. Sí, esto es lo que haré... Cuando tenga ganas, dijo Marito. El perro que alguna vez fue blanco movió la cola despacio, sin despegar el hocico que apoyaba sobre las patas.

Cuando tenga ganas, dijo Marito, las manos entrelazadas detrás de la nuca, apoyado al tronco del sauce custodio del arroyo, con los pies cruzados y balanceándose lentamente, cuando tenga ganas, dijo, pongo el techo en el piso y el piso lo mando a la terraza. Sí, esto es lo que haré, cuando tenga ganas. El perro de lanas grises, mugrientas, algo pelado en el anca derecha, esta vez alzó la cabeza y sacó la lengua, como queriendo lamer a Marito, pero éste se encontraba demasiado lejos; sus ojos legañosos miraron al viejo con afecto, pero no se decidió a pararse y acercarse a las manos del amo, manos que siempre estaban dispuestas a rascarle el cuello, ahí donde tanto le gustaba. Agachó la cabeza, movió otra vez la cola y volvió a mirar, lánguido, el paso del agua marrón cargada de hojas amarillas.

Sí, señor, esto es lo que haré cuando tenga ganas, dijo Marito, con un tallo entre los labios, el sombrero raído y anacrónico cubriéndole la frente hasta los ojos, la chaqueta azul ahora gris ceniza, los pantalones negros atados a la cintura con un grueso cable blanco de cuyos extremos salían espinas de bronces que brillaban al sol, si señor, esto es lo que haré, dijo Marito, pondré la mesa patas arriba y las sillas en la pared, los cuadros donde antes las alfombras y las alfombras serán cortinas, con las cortinas haré manteles y servilletas, si señor, esto es lo que haré, dijo Marito, y el perro gris alguna vez blanco resopló sobre la tierra para apartar una hormiga que se acercaba con su carga a cuestas, una trozo de gramilla que voló junto con ella.

Los relojes, con los relojes, dijo Marito, moviendo el tallo de lado a lado en la boca, balanceando apenas el pie desnudo, la tanza transparente atada a su pulgar, el corcho flotando prisionero a orillas del arroyo, los peces indiferentes a la carnada del viejo, los relojes, qué haré con los relojes, dijo Marito, el perro sacudió una pata, irguió la cabeza y tiró un mordisco a una mosca que momentáneamente se alejó de su objetivo, tiraré todos los relojes a la basura, dijo Marito, satisfecho por su decisión, el perro contraatacando el nuevo avance de la mosca, éxito, se la ha tragado, no habrá relojes en mi casa, sentenció Marito.

Antes de tirarlos, razonó Marito, los ojos fijos en el cielo azul, un cielo que miraba a través de los agujeros del sombrero apolillado, un pájaro quebrando el inmóvil cuadro, y también una rama de sauce que se dejó sacudir por el viento, antes de tirarlos a la basura, debo conseguir basura, y un tacho de basura, dijo Marito, feliz por su capacidad deductiva, el perro sacudió las orejas, se disponía a dormir, lo más importante, dijo Marito, cuando uno tiene ganas, claro, es tener basura donde tirar los relojes que se tirarán a la basura de tener ganas, y un tacho de basura, además, dijo Marito, los ojos fijos en el cielo que ya no miraba.

Si tengo ganas, pensó Marito, lo cual debe haber captado el perro, porque alzó los ojos y lo miró con el hambre grabado en la expresión, cocinaré asados en la parrilla, pensó Marito, la parrilla que voy a construir en el dormitorio principal, y el perro movió la cola, esta vez con énfasis, esta vez sí plenamente de acuerdo con los pensamientos de Marito, que sacudía el pie sacudía el sedal sacudía el corcho círculos concéntricos a orillas del arroyo que morían apenas nacidos.

El perro alguna vez blanco se puso en alerta sin moverse del piso cuando oyó las paladas del bote que se acercaba lentamente por el arroyo de aguas marrones y arriba el cielo azul las ramas del sauce lloviendo sobre la orilla las hojas amarillas flotando avanzando en círculos indecisos la hormiga que había recuperado la postura la carga y avanzaba lentamente el bote se oían las paladas otra y otra espaciadas ya no un punto negro a lo lejos sino un bote bien definido que avanzaba firme hacia el hormiguero con su carga a cuestas mientras el pie se balanceaba y balanceaba el sedal balanceaba el corcho indiferentes los peces al calor del mediodía el cielo azul el bote avanzando la hormiga avanzando el perro alerta Marito sonriente los ojos cubiertos por el sombrero raído.

Una y otra, las paladas, el bote ahora a pocos metros de Marito, cómo anda la pesca, Marito, el viejo del bote, la piel curtida, la cara como un pergamino, los músculos tensos en los brazos fibrosos, bien nomás, don Martín, Marito sin mirarlo siquiera, sus ojos debajo del sombrero, las manos trenzadas detrás de la nuca, apoyado en el tronco del viejo sauce centinela del arroyo, más allá el río y el ruido de los motores, las lanchas, cómo joden, espantan a los peces, el pie balanceándose, balanceándose el sedal, balanceándose el corcho, el bote alejándose, las olas destruyendo los débiles círculos concéntricos, adiós, Marito, y no se canse mucho, el bote hacia el río, a recoger las redes, el perro de crenchas grises, mugrientas, atento a la marcha del bote, del viejo, el sonido de las paladas, una, y otra, y otra, la hormiga por fin llegó al hormiguero y ahora lucha con su carga mucho más grande que el hoyo por el cual pretende introducirla, adiós don Martín, no se preocupe, vaya tranquilo, una y otra y otra, las paladas, el perro otra vez con el hocico pegado a la tierra, dos hormigas se acercan a la carga de la primera, vienen otras dos más que tiran desde adentro, un pájaro carpintero se posa en la orilla, mira al perro, mira a Marito y se aleja hacia la orilla opuesta, se detiene sobre una rama seca, un árbol muerte, toc toc toc, el sol de mediodía, el bote ya en el río, la carga por fin dentro del hormiguero desafiando todas las leyes de la física y la geometría.

Si tengo ganas, dijo Marito, dirigiéndose por primera vez al perro alguna vez blanco, perro de aguas, membranas entre los dedos para nadar mejor, si tengo ganas, dijo Marito, esta tarde cruzo a la ciudad y me doy una vuelta por el centro, el perro indiferente ahora que le hablaban, perro sin nombre, nadie le ha puesto uno, simplemente es el perro gris alguna vez blanco, el perro de Marito, y Marito jamás le ha puesto un nombre, le habla cuando le habla y punto, el perro sabe cuándo es cuándo y cuándo no, oye sus palabras, a veces ladra, se acerca cuando quiere que Marito le rasque el pescuezo, cuánto placer cuando Marito le rasca el pescuezo, ahora no tiene ganas y si las tuviera, el sueño es mucho más poderoso y se queda tendido en la tierra, a orillas del arroyo otra vez solitario, el cielo azul, las ramas, el sauce, el sedal, el corcho, Marito que dice si tengo ganas, y se lo dice al perro, esta tarde me cruzo a la ciudad y averiguo los precios de los relojes, compraré de los más baratos, dijo Marito, le dijo al perro, no es cuestión de andar tirando cosas caras a la basura y el perro ya estaba dormido.


Nota Original: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/rosario/14-25352-2010-09-16.html

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