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Era razonable que luego de la caída del Muro de Berlín todo Occidente exclamara: “Hemos tomado la Bastilla”. A su vez, no hay nada más conveniente para un movimiento victorioso que congelar la historia en el momento de esa victoria. “Todo está resuelto. No hay más nada que esperar. Lo que ocurra de aquí en más ocurrirá sin alterar el sistema que hemos impuesto.” Esta fue la ideología del neoliberalismo a partir del fin de la Guerra Fría. Dijeron: se terminaron los dos bloques, sólo quedó uno, nosotros. También era coherente que una historia que se acaba eliminara las hipótesis de conflicto. Exultante, Occidente proclama su triunfo y su unicidad. A esa unicidad empieza a darle el nombre de globalización. Es un fenómeno notable: en tanto las universidades occidentales proclaman las filosofías de la diferencia, de la destrucción de la centralidad, de la totalización, adoran la deconstrucción posestructuralista y el fragmentarismo posmoderno, la política del Imperio impone lo Uno, exalta la globalización de su cultura, de su poder y de sus proyectos bélicos. El piadoso multiculturalismo académico resulta patético a partir de la decisión del Imperio bélico-comunicacional (Estados Unidos) por controlar el planeta.

Porque lo intolerable de la teoría de la finalización de los sucesos históricos diferenciados, de la instauración de una historia única, que se desarrollará según las modalidades que Occidente adopte y cuya globalización eliminará los conflictos, es que un imperio bélico no puede existir sin hipótesis de conflicto. ¿Para qué fabricar armas si no hay conflictos? De aquí la necesariedad de la aparición de la teoría del choque de civilizaciones. Huntington –un teórico eficaz y brillante– impone la especificidad del nuevo conflicto: es entre Occidente y el Islam. No entre Occidente y el fundamentalismo islámico. Todo el Islam es fundamentalista. Todo el Islam busca agredir a Occidente. El choque entre el capitalismo y el marxismo-leninismo ha sido “sólo un fenómeno histórico fugaz y superficial comparado con la relación continuada y profundamente conflictiva entre el Islam y el cristianismo” (Huntington, El choque de civilizaciones, Paidós, Buenos Aires, 1997, p. 249). Huntington propone como cultural este choque. Lo dice claro: los conflictos ya no son económicos o ideológicos sino culturales. Cuesta imaginar que ésa sea la política de Estados Unidos. Sus intereses son abiertamente económicos. Y también se podría discutir en qué medida las creencias religiosas no pueden estudiarse como ideologías. ¿Qué busca el Imperio en el Islam? Huntington informa abiertamente sobre las agresiones militares a Oriente: “Durante los quince años que mediaron entre 1980 y 1995, según el Ministerio de Defensa estadounidense, los Estados Unidos llevaron a cabo diecisiete operaciones militares en Oriente Próximo y Oriente Medio, todas ellas dirigidas contra musulmanes. No se ha producido ninguna otra pauta comparable de operaciones militares estadounidenses contra el pueblo de cualquier otra civilización” (Ob. cit., p. 259. Cursivas mías). Bastaría esta escalada de agresiones militares para comprender que el Islam preparó o propinó su respuesta histórica devastadora: el derrumbe de las Torres. Todos sabemos que hoy en día se han impuesto las teorías conspirativas. Que no fueron los musulmanes. Que fueron los mismos norteamericanos para justificar la invasión a Afganistán y a Irak. O que fue una mezcla de fundamentalistas islámicos y halcones yankis, hombres duros y ambiciosos del estado de Texas al frente del liderazgo de la guerra de retaliación. A la que –en principio– llamaron Justicia Infinita, como si fueran un reflejo del Islam. “Texas (se dice en un excelente libro sobre la derecha norteamericana) está impregnada de tradición militar en igual medida que de evangelismo (...) El machismo de Texas no se limita a su variedad militar (...) Domesticada por vaqueros que manejaban el revólver, Texas sigue impregnada de la cultura de las pistolas. Hasta en la empresa Dell Computer, en la liberal Austin, hay carteles indicando dónde dejar tu pistola” (John Mickletwait y Adrian Wooldrigde, Una nación conservadora: El poder de la derecha en Estados Unidos, Ediciones Debate, Sudamericana, Buenos Aires, 2007, p.185). Bush se sentía en ese entorno no como pez en el agua, sino como tiburón hambriento a la espera de turistas. Pero ésa sería la película de Spielberg. Bush es un tiburón diseñado para despedazar musulmanes. No lo olvidemos: el enemigo es el Islam. No hay matices.

Hay varios problemas graves. Problemas no resueltos por el Imperio y que están causando su derrota y hasta su bochorno, su asfixia, su vergüenza en la batalla de Irak. Lleva demasiados años. Son muchos los children soldiers (así llaman los moderados liberales a los soldados del Imperio que arrasan las tierras de Irak y torturan sin piedad alguna) que vuelven en esas bolsas de plástico negro que destrozan el alma del pueblo norteamericano. Se preguntan: ¿por qué mueren nuestros children soldiers (soldados niños)? ¿Qué causa se defiende en Irak? ¿Alguna otra que la de los petroleros texanos? ¿Alguna otra que la proliferación y el aumento desmedido de la industria armamentista? ¿Por esas causas mueren nuestros hijos? El nine-eleven ya está lejos. La guerra se prolonga. La resistencia iraquí es inesperadamente mortífera. ¿Conocíamos al Islam? ¿Conocíamos el fanatismo de sus guerrilleros, la fe poderosa que los anima?

No, no los conocían para nada. Estados Unidos se arroja sobre Irak sin haber leído el Corán. Esa sospecha se impone cada vez más. Cree que el Islam le ha declarado la Guerra Santa y que esa guerra se llama yihad. No saben árabe, o apenas lo balbucean. Y desconocen el Corán. Libro complejo y –para mí, al menos, estremecedor como los más estremecedores pasajes de Nietzsche– que tiene distintas y muy ricas exégesis. “La palabra yihad proviene del verbo Y(a)h(a)d(a), que en árabe significa ‘esforzarse’, ‘empeñarse’ (...) Yihad es esfuerzo, empeño, de nuevo, perseverancia, resistencia, y es diferente a la palabra jarb, que significa guerra” (Pedro Brieger, Qué es Al Qaeda: Terrorismo y violencia política, Capital Intelectual, Buenos Aires, 2006, p. 34). Pero no es tan unívoca la cuestión. “Ciertos grupos, como algunos de los jariches y algunos activistas modernos, entienden la lucha armada como un rasgo esencial de la fe (...) En el período moderno, algunos ideólogos musulmanes han argumentado que es un deber de todo musulmán emprender el combate armado contra esos estados que no sean islámicos” (Gordon D. Newby, Breve enciclopedia del Islam, Alianza, Madrid, 2004, p. 93). En suma, la yihad es violencia, es guerra, es destrucción de todo aquello que sea lo Otro del Islam. La yihad se da la mano –por simetrías inocultables– con la Guerra contra el Terror del Imperio. Algo incómodo para éste, que pretende ser el arma de la civilización, de la cultura. Al cabo, en el final de su libro, Huntington dice que la lucha es entre “civilización y barbarie”. Tal como lo revelara Sarmiento en el lejano 1845, con mejor prosa.

En cuanto al Corán, no pretendo entenderlo más que superficialmente, pero trato de acercarme a esa comprensión. Jamás llegaré a ser un exegeta, como hay tantos. Creo, sin embargo, que los numerosos exegetas terminan por complicar al infinito suras que, al leerlas un occidental, tienen un sentido agresivo, violento y temible. La central, la que une al Corán con el monoteísmo judío, es la de la unicidad de Alá. Es la sura 112. Una sura equivale a un versículo de la Biblia. La 112 dice: “Di: ‘El es Dios, Uno/ Dios, el Eterno/ no ha engendrado, ni ha sido engendrado/ No tiene par’”. Que Dios no ha engendrado es una alusión directa al profeta de Nazareth, que se proclama hijo de Dios. Pero –para un occidental, en una primera y hasta en una segunda lectura– el Corán atemoriza. Sura 68: “¡No obedezcas a ningún vil jurador/ al pertinaz difamador que va sembrando calumnias (...)/ ¡Le marcaremos en el hocico!” Luego: “Los que temen a Dios tendrán, junto a su Señor, los jardines de la Delicia” (Sura 68, 34). Resulta arduo imaginar un texto que reclame mayor sometimiento del hombre a Dios y mayor omnipotencia divina. El Corán se resume en la omnipotencia del Dios único, en la fe absoluta y sumisa que los hombres le deben y en los castigos (casi todos ellos por el fuego) que se les impone a los impíos. Islam significa “sumisión incondicional a Dios”.

Nada de esto está detenido. El Islam no es una estructura inmóvil que se encuentre satisfecha con tan total acatamiento. Según Slavoj Zizek, hay una apertura del Islam, una “nueva estructura liberal-democrática” que busca apartarse de los fundamentalismos coránicos. Habría un conflicto entre un Islam de líneas duras y un islam con pro Occidentales reformas liberales. Difícil saber a fondo si será así. “Ahmadinejad (afirma) no es el héroe de los islamistas pobres, sino un corrupto islámico-fascista populista, una especie de Berlusconi iraní, que mezcla posturas payasescas con un duro poder político” (Slavoj Zizek, Berlusconi en Teherán). Entre tanto, el Imperio sigue en Irak. Sigue desgastándose. Sigue con una imposible guerra con ocupación del territorio. Y aunque Obama diga “Estados Unidos no torturará más” porque eliminó Guantánamo, es una frase imposible de creer. Mientras el Imperio siga en Irak tendrá que torturar. Acaso yo sea pesimista, pero costará mucho a esta altura erradicar la tortura de la guerra, porque sólo por su mediación los bandos en pugna hacen lo que llaman “tarea de inteligencia”. Que es “obtener información”. Sin información no hay triunfo posible. Sin tortura no hay información. Los que ven la instructiva serie 24 lo habrán visto a Jack Bauer defender con uñas y dientes el derecho de las democracias de Occidente a torturar. Por último, si los políticos que se imponen son clowns como Ahmadinejad y, sobre todo, como Berlusconi, que suplantan la política por el show, aquí estamos perdidos. Será la hora de los histriónicos jinetes del campo, graciosos pero prepotentes y hasta despóticos, y los caídos del cielo que se conocen todas las reglas de la hipermodernidad política como De Narváez. Pero trataremos esto en otra oportunidad. Sin duda, la habrá. Porque no todo está perdido. Habrá que ver cómo le va a Berlusconi (a quien Zizek compara con Carlos Menem). Si demuestra que no puede gobernar en base a la farandulización y al puro descaro, quizás algunos empiecen a ver que los improvisados pueden resultar atractivos, cantar canciones de Freddy Mercury, pero después te tiran encima a un cómplice de la matanza de la AMIA y un grupo de asalto de 800 policías que no sabemos de dónde salieron. Aunque, oscuramente, lo sospechamos.


Nota Original: http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-129246-2009-08-02.html

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