OPINION


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Algunos, pocos economistas, denunciamos la perversidad del régimen de la convertibilidad desde su inicio, 20 años atrás. Pero hoy lo más importante es haber podido ser parte de un proyecto político, económico y social reparador que desde 2003 ha venido mejorando las condiciones de vida de todos, en un contexto internacional que sigue dominado por las ideas que estaban en el corazón de aquel modelo.

Repasar ese período ayuda a valorar lo que se logró construir. El fruto más importante del proceso de recuperación de la soberanía ha sido la reconstrucción del mercado interno, a partir de la política deliberada de recuperación de la condición salarial y la oportunidad que esto supone para retomar el proceso de industrialización que garantice los derechos humanos básicos.

Es que la convertibilidad no sólo implicó la pérdida de soberanía en el ejercicio de la política monetaria y cambiaria –cuestión que implicaba una resignación absoluta de cualquier posibilidad de desarrollo del entramado productivo– sino que propició un modelo mucho más ambicioso en el que la economía en su conjunto quedaba en manos de la proclamada autorregulación de los mercados.

En ese contexto se privatizaron empresas públicas (con contratos leoninos donde la mano no sólo no era invisible sino que era despiadada), se instauró el régimen de jubilación privada, se desregularon los mercados, incluyendo por supuesto el de trabajo como columna vertebral del proyecto. Aunque en este último la “disciplina” del desempleo ya había funcionado como flexibilización de facto. Para consolidar la dependencia hacía falta un elemento adicional: el endeudamiento externo. En palabras de Scalabrini Ortiz: “La primer arma de la dominación económica es el empréstito”.

El proceso de desendeudamiento externo, la renacionalización de empresas estratégicas, la vuelta a un régimen solidario de seguridad social y las políticas universales para mejorar el ingreso de los sectores más vulnerables –por mencionar un listado breve, pero emblemático– le han devuelto a la política su carácter de instrumento de transformación. En estos días de reflexión sobre la memoria histórica es vital recordar que el ascenso hacia un estadio superior de ese gran laboratorio del pensamiento único recalcitrante y ortodoxo que fue la Argentina se inició hace 35 años con la dictadura más sangrienta que hayamos padecido. Valoremos entonces todo lo logrado colectivamente desde 2003, gracias a la vigencia de un proyecto político que nos arrancó definitivamente de la parálisis del posibilismo

* Presidenta del Banco Central.


Nota Original: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/cash/subnotas/5058-945-2011-04-03.html

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