OPINION


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Un sistema político es de competitividad partidaria reducida cuando las posibilidades de ganar quedan concentradas en uno o dos candidatos. Se suele delimitar este análisis a través de la diferencia entre el primer partido y el cuarto en función de los votos obtenidos.

Honduras fue un ejemplo (1993-2005), con una diferencia de 51 puntos promedio entre el 1º, que obtuvo 51,65 por ciento de votos, frente al 4º, que obtuvo 1,20 por ciento de los sufragios. Algo semejante ocurrió en Nicaragua hasta 1990, en donde la diferencia entre el 1º, con 54,7 por ciento de los votos, frente al 4º, con el 0,8, fue de 54 puntos.

Por el contrario, se entiende a un sistema político como de competitividad partidaria agravada cuando las diferencias que separan al primero y el cuarto son discretas, haciendo que las chances potenciales de poder ganar existan entre varios candidatos o partidos.

Ecuador (entre 1978-2006) evidenció que el 1º obtuvo 29,2 por ciento y 10,98 el 4º, siendo 11 puntos porcentuales la brecha promedio. Guatemala (1985-2003), con 36,56 para el 1º y 9,4% para el 4º, reflejó una distancia de 26 puntos. Bolivia (1979-2005) es un caso interesante, puesto que el primero obtuvo 33,2, mientras que 10,38 el cuarto, evidenciando una distancia de 22 puntos promediada en ese lapso.

Cuando se analizan las dos últimas elecciones presidenciales en Argentina, la distancia entre el 1er. candidato del 2003 (24,5 por ciento) frente al 4º (14,1) fue de 10,4, lo que cristalizó un proceso de altísima y agravada competitividad.

No obstante, en la elección del 2007 ese escenario mutó considerablemente, y la distancia entre la 1ª fórmula (45,3 por ciento) y la 4ª (7,6) fue de 37,7, transformando el sistema político en una variante de competitividad reducida.

Es una gran duda lo que podrá suceder en el 2011, dado que las candidaturas no están definidas prácticamente en ningún espacio político. Si sólo se hablase de especulaciones o nombres probables, es imaginable proyectar una hipótesis –al día de hoy– con un escenario muy similar al del 2007, consolidando un tránsito de un sistema de competitividad agravada en el 2003, a uno estable de competitividad reducida, iniciado en el 2007 y que se sostendría en el 2011.

Para que la hipótesis de consolidación del sistema partidario agravado se demuestre, es importante centrarse y focalizarse en la ventaja posible que podría darse entre candidatos, especialmente entre quien lidere los sondeos con el resto de los competidores. Así, es menos importante centrarse en la discusión de si una fórmula llega o no al 45 por ciento, puesto que –dado un promedio de estudios tempranos de opinión pública–, la gran cuestión hoy no es el valor absoluto de quién gane, sino la ventaja relativa entre candidatos probables.

Una serie de elementos dan sólido sustento a dicha ventaja:

- Cuando se evalúan las probables intenciones de voto de una eventual candidatura de Cristina Fernández de Kirchner (CFK), la misma está tan despegada/separada de los potenciales segundos (Mauricio Macri, Ricardo Alfonsín o Julio Cobos) que en sus probables y oscilantes resultados también oscilan las intenciones de voto probables del arco opositor agregado en igual sentido. Esto implica que, si CFK bajase, también se evidencia una baja de sus competidores.

- Del porcentaje del electorado nacional que hoy expresa niveles de decisión electoral futura, si se los pensase en tercios, se los puede agrupar aproximadamente así: los “votantes K fervientes” y los “votantes simpatizantes K” (llegan estimativamente a dos tercios) y por el otro lado, los votos “fervientes anti K” y los “anti K” (representan el tercio restante dividido en varias opciones partidarias). Este dato –especialmente de quienes no constituyen el arco K– es interesante, porque limita el crecimiento en primera vuelta (además de evidenciar una performance opositora con un techo muy bajo en un eventual ballottage).

- Pero aparece otro dato interesante: aun en los “parcialmente satisfechos” e “insatisfechos” del Gobierno, CFK es la más votada. Esto se denomina “opción no ideal”, y explica que el oficialismo es preferido, no sólo por quienes adhieren a su estilo de gobierno, sino por parte de aquellos que no ven ninguna opción opositora, aun careciendo de una imagen óptima del Gobierno.

- De los indecisos, más de la mitad apoyaría a CFK a primera vuelta. En los “moderados”, los “anti K” y los “fervientes anti K”, la dispersión del voto en primera vuelta es enorme y no existe consolidación en una única opción como existe entre los “fervientes K” y “simpatizantes K”.

Lo mejor del Gobierno es, hoy, “lo mejor del peronismo en el sentido clásico”. Tanto los cercanos al Gobierno como los cercanos a la oposición hablan en primer lugar de las jubilaciones y de las políticas sociales (asignación universal e “inclusión social” como concepto genérico). La frase “desde la recuperación de la democracia es el gobierno que más ha hecho en políticas sociales” tiene un adhesión marcadamente mayoritaria. Como se aprecia, tanto “adherentes” como “opositores” atribuyen al Gobierno, vigorosamente, las virtudes tradicionales peronistas (y sus defectos también).

Este último comentario sirve para afirmar que los números y proporciones actuales son sólo eso, hipótesis de trabajo meramente especulativas, máxime en un sistema de partidos roto que redunda en inestabilidad y equilibrios inestables recurrentemente.

No obstante, a lo expresado se suma un elemento fuertemente condicionante, que es la generación de un “clima psicológico favorable” (mal llamado “voto arrastre porque no aparece ninguna boleta de nivel superior que traccione tramos inferiores) que otorga un poder coyuntural de seducción y movilización de los electorados provinciales a favor de los candidatos apoyados por CFK.

Ello es interesante porque –como se va evidenciando en las primeras elecciones del calendario nacional– aporta diferencias y sensaciones de apoyo fuertemente asimétricas hacia CFK, en un derrotero electoral que ocupará la agenda política hasta el inicio formal de la campaña electoral presidencial y que deparará –con alta probabilidad– más triunfos que derrotas para el oficialismo. Este clima psicológico opera como un elemento emocional/subjetivo que afianza la falta de competitividad partidaria como fenómeno concreto. Ahí está la clave del sistema político partidario argentino.

* Consultor político. Profesor de Comunicación Política


Nota Original: http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-165331-2011-04-01.html

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