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El Senado uruguayo sancionó la nulidad de la Ley de Amnistía, herencia de la dictadura que fue convalidada en democracia por dos referendos. Un debate profundo atravesó al oficialista Frente Amplio (FA): ¿podían dejarse de lado, por vía parlamentaria, dos decisiones populares?

La respuesta afirmativa puede llamar la atención pero es la adecuada al derecho internacional vigente, a los criterios contemporáneos en materia de derechos humanos. Ni siquiera el pueblo soberano puede violar los principios sobre derechos humanos, las reglas básicas sobre crímenes de lesa humanidad. De igual modo en Uruguay o en Argentina el cuerpo electoral no podría consagrar la esclavitud.

La polémica, de cualquier manera, es novedosa, un progreso de la democracia universal. Trastrueca viejas certidumbres, alumbra interpretaciones jurídicas pioneras. Son, por contarlo de alguna manera, derivaciones institucionales correctivas del horror.

Fue tremenda la controversia en el FA. Dirigentes con notables pergaminos dudaban. Se tomó una decisión orgánica, la mejor. El presidente José Mujica, que no es precisamente ese viejito converso que quieren pintar ciertos medios argentinos, acompañó la resolución.

Un viejo militante, con enorme trayectoria, el senador Eleuterio Fernández Huidobro, abogó por la negativa. Creía que un veredicto ciudadano sólo puede derogarse mediante otro. De lo contrario, arguyó se desnaturalizaría ese virtuoso instrumento. Bien mirado, lo que desvirtúa a un referendo es hacer votar al pueblo lo que es nulo de pleno derecho. Como fuera, la postura del Ñato Huidobro era franca, la cimentaba su prosapia de militante y luchador.

Perdió la discusión interna, votó en el Senado la decisión mayoritaria de su partido. Fue orgánico y leal. Cumplido su deber, para demostrar (por partida doble) fidelidad a sus principios renunció luego a su banca.

El ejemplo contrasta como un espejo deformado con el comportamiento de un vecino de la otra orilla, el vicepresidente argentino Julio Cobos. El Cleto votó contra una propuesta de la Presidenta que encabezó la fórmula que lo llevó al Senado. Y luego, permaneció, tan pancho, en el cargo usurpado, gozando de inmerecida licencia de facto con goce de sueldo.

Ya que estaba, se consagró a liderar la oposición hasta que la abulia y la falta de piné lo arrojaron a la banquina. Eso sí, siempre en su despacho.

Comparar a Fernández Huidobro y a Cobos es casi una afrenta para el mejor de los dos. Se hace con el mayor respeto hacia el uruguayo, para resaltar cuán baja es la calidad institucional en estas pampas. También qué poca consistencia tienen los compromisos políticos y la constancia con las ideas.

Es moneda corriente comparar, de manera desfavorable, la coyuntura argentina versus la uruguaya, la chilena o la peruana. En esta semana, Uruguay arrimó el bochín de sus reglas a las que rigen en Argentina. Y en el endiosado Perú, dos candidatos antisistema llegaron a la segunda vuelta electoral en pos de la presidencia. Comparar es un método aconsejable, si se mira bien, sin anteojeras.

¿Habrá leído Cobos la lección involuntaria que le dio Fernández Huidobro? El cronista malicia que no la leyó y que, si la leyó, está ideológica y éticamente incapacitado para comprenderla.


Nota Original: http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/subnotas/166446-53117-2011-04-17.html

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