OPINION


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La cancha está embarrada. Es la definición que se da en el barrio a este tipo de situaciones. Pero en la política argentina la cancha no está embarrada desde ahora, ni por imperio de “los Kirchner” como suele decirse desde algunos lugares de la oposición. La cancha está históricamente embarrada a partir de los manejos que distintos, sucesivos y alternados grupos de poder económico han hecho de los intereses del país, es decir, de los derechos de los argentinos y de las argentinas de a pie. Es cierto que es mejor, más sano para todos, más democrático y también más justo jugar limpio. Es cierto también que nada justifica el “ojo por ojo” y tampoco la conducta abusiva de unos puede dar por válida una reacción del mismo tipo desde la vereda opuesta. Pero resulta casi ridículo que aquellos que han violado sistemáticamente todas las garantías, abusado del poder en propio beneficio, atropellando y avasallando, actúen ahora como mansas palomitas, rasgándose las vestiduras por la presunta falta de “seguridad jurídica” y atropellos contra la “libertad de expresión”.

Sobre todo porque es este marco democrático en el que vivimos el que precisamente está garantizando –más allá de lo que afirmen algunos voceros encaramados en el poder mediático– el libre funcionamiento de las instituciones, de la Justicia y también el derecho a la comunicación, que es mucho más que libertad de expresión y, por cierto, infinitamente más que la libertad de empresa (sus negocios y sus posibilidades de lucro) que es lo que realmente los ocupa y los preocupa.

Dicho esto hay que volver a admitir que la cancha está embarrada. Que la pelea entre el Gobierno y el oligopolio económico político que ostenta la titularidad del grupo Clarín es una batalla política en la que se juegan intereses muy fuertes, decisivos para el destino del país. Una pelea cuyos verdaderos alcances no perciben (en la situación más benevolente) o se niegan a ver (por motivos que van desde la miopía hasta la mala fe) gran parte de los dirigentes hoy situados en la oposición. Como quedó demostrado en los hechos, los más importantes dirigentes de ese arco opositor no tienen escrúpulos en mostrarse solícitos a la convocatoria de la principal figura del grupo Clarín, léase Héctor Magnetto, para darle instrucciones sobre los pasos a seguir. Quizá crean que aquellos que ahora les dan órdenes mañana les devolverán presuntos favores. Quizás otros actúen por el rechazo que le producen las actitudes de ciertos funcionarios del Gobierno. Quizás el árbol les impide ver el bosque. Lo mismo les pasa seguramente a algunos empresarios, dirigentes religiosos y a ciertos comunicadores autotitulados “independientes”.

A pesar de todo lo anterior no se debería perder de vista que hay determinadas cuestiones de base que, en cualquier situación y bajo toda circunstancia, resultan innegociables. Es así porque se trata de principios éticos y políticos esenciales para la convivencia.

La verdad: nos ha costado mucho a los argentinos rescatar el valor de la verdad después de los duros años de la dictadura. Buscar la verdad por encima de todo debería ser una obligación y una responsabilidad a la que nadie puede negarse.

La Justicia: tiene el mismo sentido de lo anterior. No existe motivo alguno, ni personal, ni político, ninguna excusa para evitar la acción de la Justicia.

El respeto a los derechos humanos, a la integralidad de los mismos. Derechos que rigen para todos de la misma manera y que en caso de violación demandan reparación sin importar cuánto tiempo haya transcurrido desde que el atropello fue cometido. Es falaz argumentar diciendo: “¿Para qué revolver en el pasado?”.

Estos son tres pilares innegociables. Sobre los mismos habría que intentar seguir construyendo un espacio de convivencia democrática basado en el diálogo, en el reconocimiento efectivo de la diversidad de opiniones, en el derecho a la comunicación de todos los ciudadanos y no sólo de quienes controlan los medios y, si todavía resultase posible, en el desarrollo de la capacidad de escucha de lo que el otro dice, para tratar de comprender antes de lanzarnos como bólidos en carrera a atropellar sus argumentos. ¿Será posible? Quizá sea difícil, lo que no impide seguir trabajando para intentarlo. ¿Ingenuo? Es probable. Pero en no pocos casos ha quedado demostrado que la ingenuidad es un signo de inteligencia y la manifestación de la astucia combativa de los mansos.

En cualquier caso: verdad, justicia y derechos humanos son batallas ganadas por el pueblo y son totalmente innegociables. No hay precio ni razón que justifique la traición a estos principios.


Nota Original: http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-152372-2010-09-01.html

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