OPINION


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La estafa se sintió como una cachetada en plena cara, un palo en los dientes en el mismo momento en que empezaba a tomarse carrera. Los trajes nupciales, de todos modos, no quedaron intactos: serán guardados hasta mejor oportunidad con la marca de las lágrimas que se escaparon de emoción y el sudor que emitieron los cuerpos enamorados y nerviosos de los novios. Es que fue un día histórico aun cuando Alex Freyre y José María Di Bello –militantes por los derechos del ecléctico colectivo de lesbianas, gays y trans y también por los derechos de quienes, como ellos, viven con vih/sida– no hayan puesto su firma en el acta que debería haberlos convertido en contrayentes de matrimonio civil. En marido y marido, para la jerga de esa institución que aun cuando esta vez les fue negada, indudablemente ya no será la misma. Y están las fotos ahí para ratificar el cambio y la rúbrica de “histórico” para este 1º de diciembre de 2009: las Madres de Plaza de Mayo con sus pañuelos blancos y legisladores y legisladoras de casi todas las fuerzas políticas –faltaron representantes del PRO, del llamado justicialismo disidente y las más conservadoras corrientes políticas provinciales– acompañaron a los novios y a las y los activistas de la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans en su reclamo de matrimonio para todas las parejas sin distinción de sexos. Todos y todas, cada uno y cada una se manifestaron a favor de la libertad y esas declaraciones hablaron de algo más que corrección política. Fueron testimonio de una apertura del más conservador de los sentidos: el sentido común. Frente a ese consenso se derrumban los pies de barro de los argumentos que hablan de moral y tradición y que hasta no hace tanto parecían discursos monolíticos. No hace tanto, pero de todos modos, es pasado.

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El estafador fue Mauricio Macri, jefe de Gobierno de la ciudad de Buenos Aires. Al menos así lo sintieron quienes se permitieron la ilusión de torcerle el brazo a la historia y conseguir lo que no se pudo en ningún otro lugar del mundo: que una pareja del mismo sexo pudiera casarse gracias a un fallo de primera instancia. Macri habló no hace tanto –no hace tanto, de todos modos, en el pasado– de convicciones personales para explicar que no iba a apelar el fallo de la jueza Gabriela Seijas, con competencia en la ciudad de Buenos Aires, en el fuero Contencioso Administrativo. Las mismas convicciones, sin embargo, no le alcanzaron para defender la autonomía de la ciudad que gobierna así como también la autonomía de las y los jueces que tienen competencia en el mismo ámbito. Que decida alguien más, a él le había alcanzado con el gesto demagógico que complacería a las mayorías que según las encuestas estaban y están de acuerdo con el matrimonio para las parejas del mismo sexo. Fiel al estilo que lo caracteriza, después del gesto escondió la mano. ¿Cuál podría ser la sorpresa si es la misma persona capaz de defender a capa y espada su decisión de poner al frente de la nueva policía porteña a un uniformado sospechado de encubrir uno de los actos más atroces de las últimas décadas como la voladura de la AMIA y después decir que su único error en ese nombramiento fue no “evaluar el nivel de conflicto” que produciría? ¿Acaso el conflicto no era evidente? El estafador fue, en la jornada de ayer, Mauricio Macri. Hay que decir, sin embargo, que no podía esperarse menos de él.

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Tres horas duró el compás de espera en el que todavía parecía posible que Alex Freyre y José María Di Bello contrajeran matrimonio. En esas tres horas se escucharon los testimonios de quienes estaban allí en calidad de testigos y testigas, tal como fueron nombrados por María Rachid, presidenta de la Falgbt. Las voces se sucedieron emocionadas, primero las Madres con las fotos de sus hijos desaparecidos en el pecho. Después, legisladores y legisladoras. Nadie pudo sustraerse de la clase de acto político que estaban protagonizando: un acto de la vida privada convertido en público por fuerza de militancia y por la presión de la desi-gualdad que padecen algunos y algunas. Así, palabras como felicidad, amor, compromiso, igualdad tuvieron eco en los cuerpos de los contrayentes y también en ese beso mojado y militante, el beso homosexual que los novios se dan cada vez y en el abrazo apretado que se derramó en lágrimas masculinas sobre un hombro masculino y también un poco amanerado, que eso también desafía el supuesto de la moral pública.

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No era la intimidad lo que ayer se exhibió sino el valor del testimonio personal, que tiene la fuerza del compromiso vital y sabe golpear como una maza ahí donde es imposible resguardarse: sobre las emociones. ¿Cómo abstraerse de las palabras de Ricardo Cuccovillo, integrante del bloque socialista, quien dijo estar ahí en su nombre y en defensa de “los derechos de mi hijo Marcos y su pareja, Charly, de quienes espero algún día tener un nieto”? Marcos estaba ahí, orgulloso de su padre. Ahora tiene 29 años y cuenta que hizo su coming out a los 20. “Podría haberlo hecho antes, pero yo era mi propio represor. Apenas lo dije fue una catarata de apoyos y emociones.”

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Alex Freyre, como siempre, se presentó como una persona que vive con vih. Hacer visible ese diagnóstico es parte de su cruzada personal, igual que la de su novio, José María. Dijo, en voz alta y clara, que las personas que viven con vih tienen derecho a mucho más que a sobrevivir a ese diagnóstico y a recibir atención médica, también tienen –tenemos– el derecho a hacer proyectos, a trabajar, a amar, a vivir la sexualidad, a no ser discriminados. No es la primera vez que se escucha ese discurso y, sin embargo, antes de que terminara el día quedó demostrado cuán necesario es todavía. En el canal de cable Todo Noticias, después de terminar una nota con ellos, el periodista cerró su crónica sin poder abstraerse de su calidad de pacientes: “Los chicos están muy cansados, necesitan ir a tomar su medicación”.

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Ahora el acceso al matrimonio para las parejas del mismo sexo depende de la decisión de la Corte Suprema. La misma Juliana Di Tullio, presidenta de la Comisión de Familia, Mujer y Niñez de la Cámara de Diputados, donde podría habilitarse la discusión en el recinto para que la modificación del Código Civil sea un hecho, admitió que “nadie está pensando en eso ahora que están todos pendientes de cómo distribuir los cargos”. Aun así, nadie podrá quitarle la categoría de histórico a este día en que lo que hasta hace poco parecía imposible tuviera consistencia real. Como es real que el deseo y la decisión concreta de que nuestras familias –así, en primera persona– tengan reconocimiento legal. Porque estas familias no son futuro sino la realidad cotidiana que muchos y muchas elegimos vivir.


Nota Original: http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/subnotas/136314-43920-2009-12-02.html

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