HISTORIA LOCAL DEL SOMBRERO


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En la Argentina, la moda también siguió, con cierto atraso, los movimientos del exterior, especialmente de Europa. A lo largo de las décadas, desde la fundación del país, las cabezas y lo que ellas lucían no pasaron inadvertidas, aunque tuvieron distintas épocas de esplendor y de decadencia. En el libro La moda argentina, Susana Saulquin hace un recorrido por la historia de la vestimenta, en la que la vida de los sombreros y adornos para la cabeza tiene un lugar importante.

Entre 1776 y 1830, lo que las mujeres llevaban en la cabeza era indicador de clase social. Mientras las de mayor condición social usaban una mantilla de seda que se sujetaban debajo de la barbilla, las de menor condición usaban el “rebozo, pieza de género de forma cuadrangular” que cubría la cabeza y los hombros.

Entre 1830 y 1870, dominan el panorama los peinetones, calados y adornado con arabescos de gran tamaño. “Llegaron a ser tan amplios que medían 120 centímetros de envergadura, motivando grandes caricaturas de la época”, explica Susana Speroni de Uslengui, en el mismo libro.

De 1930 a 1949, “los sombreros discretos, ladeados, tipo boina, convivían con las grandes capelinas de paja o terciopelo de copa corta y anchas alas que se adornaban con flores de organdí –dice Saulquin–. Ninguna mujer salía a la calle sin su sombrero, ni siquiera la mucama que cumplía su trabajo por horas o las alumnas de los colegios normales.” Por eso las casas de sombreros tenían un lugar relevante entre las de alta costura y había casas especializadas como la del matrimonio de artesanos Ferruccio, de origen italiano. “Como los sombreros eran usados en todas las clases sociales, en los barrios era muy común el oficio de sombrerera. No sólo se hacían sino que también se enseñaba su confección a las mujeres de la clase media”, explica.

Desde entonces, dice Saulquin, se establece una relación entre largo de faldas y uso de sombreros que se repite cíclicamente cada 20 años: “Cuando las mujeres se descubren las piernas, tienden a cubrirse la cabeza, logrando un equilibrio estético, ya que faldas largas y sombreros harían muy pesados los conjuntos y muy poco aptos para la época actual”. “En los años ’60 –agrega–, justamente con el fenómeno de las minifaldas, los moños y las vinchas con strass revalorizaban rodetes y peinados. Hasta los hippies, representantes por excelencia de la antimoda, se adornaban el pelo con flores y sombreros. A comienzos de la década del ’80, cuando la minifalda parecía superada para siempre, vuelve a aparecer en el escenario de la moda, pero ya no usada indiscriminadamente por todas las edades sino solo por las más jóvenes. El regreso de la minifalda influyó en el largo de las faldas, que fue acortándose. Las cabezas se adornan también con gorros, vinchas y viseras que conviven con sombreros de estilo norteño o de paja usados con total naturalidad.”

De esa época es la película La insoportable levedad del ser, donde un sombrero negro (como los que usaba Chaplin) es casi tan protagonista como la chica en sus encuentros eróticos con Tomás.


Nota Original: http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-129243-2009-08-02.html

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